Oktubre es el segundo álbum de estudio del grupo de rock argentino Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Fue lanzado en 1986 por el sello discográfico Wormo.
Grabado a finales de 1985, el álbum se caracteriza por un sonido que incorporó influencias del new wave y el post punk (lo cual significó un cambio con respecto a su álbum anterior, Gulp!), y por su narrativa con elementos distópicos, inspirada por las revoluciones sociales históricas y el contexto bélico internacional de la Guerra fría, así como también del escenario político argentino en el período del regreso a la democracia. El arte de tapa, diseñado por el artista plástico Rocambole, está inspirado en la Revolución Rusa de 1917.
El disco contiene algunas de las canciones más representativas de la banda, como “Jijiji”, “Preso en mi ciudad”, “Ya nadie va a escuchar tu remera” o “Motor psico”. En 2007, la versión argentina de la revista Rolling Stonesituó a Oktubre en el puesto n.º 4 en su lista de los 100 mejores álbumes de rock argentino.
En 1986, unos meses después de haber lanzado su primer álbum Gulp, la banda aprovechó el portaestudio de Gonzo, compuso nuevos temas y buceó en un nuevo sonido. Por entonces, a la hora de encarar la grabación definitiva, sus ahorros les permitieron ir a un estudio como Panda y ahí registrar Oktubre. Las grabaciones se realizaron en dos meses, entre agosto y septiembre de 1986. El sonido de la banda dio un cambio total con respecto al trabajo anterior.
El resultado fue un estilo frío y crítico, utilizando un bajo eléctrico con influencia pop y una combinación muy creativa de sonidos y tonos menores, además de la colaboración de Daniel Melero (por entonces miembro de Los Encargados) en teclados y Claudio Fernández (del grupo revelación del momento Don Cornelio y la Zona) en percusión.
El álbum se presentó oficialmente los días 18y 25 de octubre en Paladium ante 1200 personas. Para estos conciertos se sumó a la banda el tecladista Andrés Teocharidis. Durante el verano siguiente, en el momento que el grupo decide incorporarlo como miembro estable, Teocharidis murió en un accidente, Skay y el Indio decidieron no reemplazarlo.
Después de los shows de octubre en Paladium, de manera intempestiva Tito y el Piojo se fueron de la banda. Al año siguiente, los acompañó Willy. Pero la banda se repuso rápidamente y consiguió a Walter Sidotti (ex Los Argentinos) para la batería, y a Sergio Dawi para el saxofón, aunque deciden no reemplazar a Tito.
Pese a las explosiones iníciales, el verdadero comienzo del segundo álbum de los Redondos es más bien un advenimiento, la aparición en el horizonte de una tropilla de sobrevivientes después del desastre (¡Chernobyl!). Una escalada sonora rústica le gana terreno a la catástrofe nuclear y a los fuegos de una revolución oscura. Del destape democrático (o su desencanto), ni noticias.
Las voces llegan de la agonía de la Guerra Fría y de un futuro de éxodos, terrorismos y sueños teledirigidos. Un discocyberpunk hecho por hombres de formación beatnik, un catálogo de visiones distópicas puesto en la escena de un presente alterno: unos años 80 que no tienen nada que ver con los "raros peinados nuevos" ni la posmodernidad. Lo que el Indio Solari -un treintañero que enfrentaba al público de rock en mangas de camisa, pelada oficinesca y bigote montonero- tenía entre manos era un álbum programático, una obra conceptual motorizada por el resentimiento post dictadura (más que ímpetu de liberación, se respiraba el arte de la venganza), las transformaciones tecnológicas a la par de la crisis económica y la paranoia inflamada por el consumo de cocaína.
A eso se refería Solari cuando, en diálogo con Rolling Stone, trataba de desmenuzar el sentido de "Jijiji", séptima canción del disco y tema favorito de la mayoría ricotera. "Para mí es un poco la paranoia de la droga, cuando alguien está a la deriva dentro de esa situación. «Jijiji» es una risa medio perversa, marca una bidimensionalidad, es como que todo lo que estás diciendo no es una afirmación." La cocaína, en efecto, estaba ahí para espolvorearlo todo.
"Semen Up", basada en un fraseo de guitarra del inigualable Skay Beilinson, definirá para siempre la sumisión anhelante del mer-quero argentino: "La veo casi como un demonio/ y rasco la alfombra por su amor". Pero la guerra subliminal que libraba el disco era mucho más abarcadora y profunda: lo que estaba en juego era el "secuestro de tu estado de ánimo" ("Ya nadie va a escuchar tu remera" ), y lo que Patricio Rey venía a interpretar era una época de batallas culturales en las que el enemigo sería más difícil de identificar que un grupo de tareas. Así, "Divina TV Führer" concilia la tensión atómica con la explosión del mercado publicitario, mientras que "Canción para naufragios" cronometra el tiempo que le hubiera llevado a un misil viajar de los Estados Unidos a Rusia (o viceversa): "Son 6 minutos y nuestra mami va a contestar...".
El Oktubre Rojo y el Octubre Peronista. La masa Berni-bolche-vique que ilustra la tapa del álbum evoca una épica revolucionaria que por entonces parecía derrotada. Rocambole, su autor, se lo contaba así a Gloria Guerrero: "Las ideas salieron de una noche de fernet. El Indio veía banderas, multitudes. Primero iba a ser todo rojo y negro, pero cuando lo fui haciendo más abstracto le agregué el gris. La tipografía parece soviética al estar invertida una letra. En el reverso se ve la Catedral de La Plata en llamas: un símbolo revolucionario". A dos años de la edición de su debut (Gulp!, grabado por Lito Vitale), los Redondos todavía eran una banda underground, aunque ya convocaban a más de mil personas por show.
Oktubre fue registrado en los estudios Panda de la calle Seguróla, con Osvel Costa como técnico de grabación, Tito Fargo como segunda guitarra, Daniel Melero en teclados y Claudio Cornelio en percusión. Todo el álbum está filtrado por un velo sonoro opresivo, una especie de tremor precario que lo ubica en un plano de percepción extrañamente lejano. "El técnico descubrió el reverb en el ínterin y hacía que todo sonara como en el baño de nuestras casas", protestaba Willy Crook en La Adición, haciendo pública una insatisfacción que, al menos parcialmente, compartía con Solari y Beilinson.
Sin embargo, la expresión sobrevivió a la resolución: el segundo disco de los Redondos encarna el espíritu de un rock que asume su ubicuidad política en las últimas décadas del siglo XX. Las canciones tienen ese ánimo, el de interpelar estéticamente al mundo, absorber elementos históricos y reordenarlos en un espectro de pesadillas y alucinaciones. En esa mezcla de hambruna y furortecnológico, de valses eléctricos mortuorios y rocanroles festivos, de militancia frustrada y bohemia romántica, en esa mezcla de estados alterados reside la peculiar grandeza del disco. Un juego de profecías convertido en remera. Una agria epopeya de nueve canciones, y el rock como todo llanto.
Nota de la Rolling Stone de los 100 mejores discos del rock nacional.
"Semen Up", basada en un fraseo de guitarra del inigualable Skay Beilinson, definirá para siempre la sumisión anhelante del mer-quero argentino: "La veo casi como un demonio/ y rasco la alfombra por su amor". Pero la guerra subliminal que libraba el disco era mucho más abarcadora y profunda: lo que estaba en juego era el "secuestro de tu estado de ánimo" ("Ya nadie va a escuchar tu remera" ), y lo que Patricio Rey venía a interpretar era una época de batallas culturales en las que el enemigo sería más difícil de identificar que un grupo de tareas. Así, "Divina TV Führer" concilia la tensión atómica con la explosión del mercado publicitario, mientras que "Canción para naufragios" cronometra el tiempo que le hubiera llevado a un misil viajar de los Estados Unidos a Rusia (o viceversa): "Son 6 minutos y nuestra mami va a contestar...".
El Oktubre Rojo y el Octubre Peronista. La masa Berni-bolche-vique que ilustra la tapa del álbum evoca una épica revolucionaria que por entonces parecía derrotada. Rocambole, su autor, se lo contaba así a Gloria Guerrero: "Las ideas salieron de una noche de fernet. El Indio veía banderas, multitudes. Primero iba a ser todo rojo y negro, pero cuando lo fui haciendo más abstracto le agregué el gris. La tipografía parece soviética al estar invertida una letra. En el reverso se ve la Catedral de La Plata en llamas: un símbolo revolucionario". A dos años de la edición de su debut (Gulp!, grabado por Lito Vitale), los Redondos todavía eran una banda underground, aunque ya convocaban a más de mil personas por show.
Oktubre fue registrado en los estudios Panda de la calle Seguróla, con Osvel Costa como técnico de grabación, Tito Fargo como segunda guitarra, Daniel Melero en teclados y Claudio Cornelio en percusión. Todo el álbum está filtrado por un velo sonoro opresivo, una especie de tremor precario que lo ubica en un plano de percepción extrañamente lejano. "El técnico descubrió el reverb en el ínterin y hacía que todo sonara como en el baño de nuestras casas", protestaba Willy Crook en La Adición, haciendo pública una insatisfacción que, al menos parcialmente, compartía con Solari y Beilinson.
Sin embargo, la expresión sobrevivió a la resolución: el segundo disco de los Redondos encarna el espíritu de un rock que asume su ubicuidad política en las últimas décadas del siglo XX. Las canciones tienen ese ánimo, el de interpelar estéticamente al mundo, absorber elementos históricos y reordenarlos en un espectro de pesadillas y alucinaciones. En esa mezcla de hambruna y furortecnológico, de valses eléctricos mortuorios y rocanroles festivos, de militancia frustrada y bohemia romántica, en esa mezcla de estados alterados reside la peculiar grandeza del disco. Un juego de profecías convertido en remera. Una agria epopeya de nueve canciones, y el rock como todo llanto.
Nota de la Rolling Stone de los 100 mejores discos del rock nacional.